Los niños tienen cambios en su estado de ánimo, como los adultos, y la tristeza es un sentimiento natural y adaptativo. Ahora bien, será una señal de alarma si es desproporcionada a la causa, muy profunda o prolongada en el tiempo o si va acompañada de otros síntomas.
La tristeza puede ir acompañada de muestras de pesimismo (tendencia a juzgar los acontecimientos por su aspecto más desfavorable y/o negativo).
Algunos niños tienen un talante más ansioso y/o negativo y tienen habilidad para detectar lo que va mal. Aunque haya aspectos positivos, detectan los problemas o los anticipan. Este estilo negativo de enfrentarse a la vida puede ser causa de tristeza o consecuencia de un estado de infelicidad.
También podemos encontrar apatía. Esta se caracteriza por una disminución de la energía, cansancio físico y/o mental, pérdida de interés por actividades y aficiones (por ejemplo, los niños y niñas pueden abandonar hobbies y entrenamientos que antes los satisfacían).
Si un niño presenta estos síntomas no necesariamente tiene que estar deprimido. Pero, si este estado de tristeza interfiere en la actividad social, en la vida familiar y escolar de manera significativa, y además va acompañada de otros síntomas, es importante poder hacer una evaluación psicológica cuidadosa y establecer el tratamiento adecuado.
Con las estrategias adecuadas los niños pueden aprender a: reconocer los pensamientos negativos y modificarlos, solucionar los problemas y valorar los aspectos positivos de sí mismos. Del mismo modo, si hay factores desencadenantes se deben intentar modificar y si finalmente la patología es más severa es imprescindible la intervención farmacológica.