El recién nacido puede presentar irritabilidad, rechazando la succión cuando se le da el pecho, llorando o mordiendo. Es normal la presencia de un período de adaptación, pero puede generalizarse, produciendo rechazo a mamar. Hay que diferenciarlo de la irritabilidad de los cólicos, la irritabilidad por problemas en la succión y los llantos de demanda.
También encontramos lactantes que no muestran interés por los alimentos y no los reclaman. Puede indicar mayoritariamente la presencia de un niño plácido, aunque también puede ser un síntoma de retraso.
La somnolencia puede provocar un rechazo al alimento y es normal en los dos primeros meses de vida, más tarde y también normal, puede aparecer en lactantes que se alimentan con inmediatez. Puede ser anómala si aparece la somnolencia de forma brusca, o si es consecuencia a una inmadurez o posible retraso. Asimismo el rechazo a la comida puede ser anómalo si aparece de repente o es selectivo.
Nos podemos encontrar un rechazo normal a las necesidades calculadas, pero si se fuerza la alimentación puede empeorar, y es mucho mejor respetar un pequeño periodo adaptativo.
No confundamos rechazo a la comida con la pérdida de tiempo o la aversión a presentaciones y alimentos específicos.
Dentro de la primera infancia el rechazo se aprende antes que el placer, acompaña al desarrollo del yo del niño, el deseo de independencia y de practicar nuevas habilidades, y se mantiene para captar la atención del entorno. El hecho de que el niño no coma asusta a los padres en base a su crecimiento, y hace que éstos adopten una dinámica angustiosa hacia la comida o con exceso de atención con el niño, lo que desencadena y mantiene el rechazo a la comida, en un niño que encuentra el contexto idóneo para captar la atención. Sin embargo si se tienen pautas rígidas sobre la comida, y por lo tanto ansiedad por cumplirlas, todo ello influirá y muy negativamente en el deseo de comer del niño. El tratamiento incluye en estos casos esencialmente pautas educativas para los padres.