Las rabietas y las alteraciones funcionales del comportamiento se inician habitualmente en la etapa del desarrollo en torno a los 2 años. Representan, paradójicamente, signos positivos y expresivos de una personalidad en formación, así como una manera inmadura de expresar la frustración. Sin embargo, la intensidad y la frecuencia determinan si estamos ante un trastorno del comportamiento sin control. También es un signo de alarma cuando vemos que estos comportamientos no se reducen estableciendo las pautas oportunas. En los peores de los casos, el niño puede provocar daños considerables como romper objetos, agredir a personas o hacerse daño a sí mismo.
Asimismo, tendremos que preocuparnos si estas rabietas y alteraciones funcionales del comportamiento se dan en diferentes ámbitos (escuela, casa, calle, etc.), y si los padres observan que no tienen capacidad educativa para reducir estos comportamientos, provocando que ellos mismos pierdan el control.