Las obsesiones pueden encontrarse dentro de la normalidad, sobre todo en personalidades más controladoras, metódicas y perfeccionistas o maniáticas. Asimismo cada edad comporta preocupaciones distintas, que en el caso de la adolescencia podrían centrarse en el ámbito social y de la autoimagen.
Hay que distinguir la normalidad de las obsesiones patológicas, definidas como pensamientos involuntarios, intrusivos y recurrentes, inapropiados o carentes de sentido.
Las compulsiones pueden asociarse a rituales característicos y benignos de la persona, y a las rutinas adaptativas. En cambio, se deberán distinguir del signo de alarma que suponen las compulsiones entendidas como actos irreprimibles de carácter repetitivo, en los que el adolescente experimenta una obligatoriedad de ejecución, y en la que en apariencia existe una finalidad, aunque en realidad la conducta no tiene un fin en sí misma, sino que pretende evitar otros acontecimientos y reducir la ansiedad de la persona en el momento de hacer la conducta. La actividad compulsiva se hace de acuerdo a unas reglas establecidas respecto al momento, orden, duración y número de veces de hacerla. De no hacerse de esta forma se produce una necesidad de repetición.
Las obsesiones y compulsiones patológicas se acompañan de ansiedad y tienen para el adolescente la finalidad mitigarla, generando un malestar significativo en la dinámica adaptativa.
Estas obsesiones (pensamientos) y compulsiones (actos) que interrumpen significativamente las actividades cotidianas del adolescente y le alteran su propio bienestar, pueden constituir un Trastorno Obsesivo Compulsivo (TOC), trastorno ya de relevancia no específicamente emocional y que requiere de intervención especializada.