Es la etapa de transición entre la infancia y la vida adulta, es la despedida de las dependencias infantiles y un continuo esfuerzo para lograr un conocimiento personal satisfactorio.
El adolescente es un viajero sin mapa, que ha abandonado una localidad sin conocer del todo la siguiente. Es una etapa de cambios continuos e inesperados que se mueven entre las libertades del pasado y las responsabilidades del futuro.
Es también, y fundamentalmente, una etapa de cambios bienvenidos, crisis bienvenidas y adaptaciones bienvenidas.
Los miedos se pueden considerar evolutivos, forman parte del desarrollo del niño proporcionándole medios de adaptación a los diferentes estímulos estresantes, y generan capacidad de afrontamiento y madurez cognitiva. Sin embargo, algunos miedos persisten durante años pudiendo prolongarse en la adolescencia, otros aparecen en personalidades adolescentes que se vuelven más ansiosas, otras son consecuentes al aprendizaje ambiental que hace el adolescente (copiando respuestas de miedo ante determinados estímulos) y otros son consecuentes a experiencias traumáticas o angustia generalizada.
Conviene diferenciar los miedos normales, que desaparecen espontáneamente o que no interfieren en el funcionamiento cotidiano de la persona y que se presentan de forma leve, de los miedos patológicos y fobias que requieren evaluación e intervención específica.
Para establecer un miedo como patológico y fóbico, debemos observar que está fuera de la edad evolutiva de aparición, que el estado de miedo es desproporcionado a la situación de origen (con una intensidad desmesurada y con un comportamiento desadaptativo) , observando que se produce malestar significativo frente al estímulo desencadenante, signos evidentes de evitación de la situación temida y anticipación negativa de la posible aparición del miedo o del estímulo temido. El miedo por lo tanto se presenta como excesivo e irracional. Si observamos además que el miedo se produce por un estímulo o situación concreta y es muy agudo y persistente en el tiempo, constituye una fobia específica.
Las situaciones más comunes que generan preocupación en la adolescencia están relacionadas con el ámbito académico, social, inquietudes sobre el futuro y dinámicas relacionales familiares. La preocupación es un sentimiento adaptativo que conduce a un esfuerzo para conseguir buenas metas y madurar.
Hay que diferenciar las preocupaciones normales de la sobre-preocupación. Se considerará signo de alarma cuando hay preocupaciones generalizadas, existiendo una tendencia a interpretar la realidad de forma ansiosa, es decir, que las preocupaciones se producen de forma excesiva y constante, provocan angustia significativa e interfieren en la dinámica cotidiana del adolescente, produciendo en la mayoría de casos conductas reactivas, somatizaciones, conductas de bloqueo emocional y conductas de evitación y negación.
El perfeccionismo es una característica de personalidad, que tiene como objetivo buscar buenos resultados, y que se acompaña de auto-exigencia y establecimiento de metas elevadas. En un grado adaptativo puede conducir a importantes esfuerzos y consecuentes buenos resultados. Es patológico cuando el adolescente no es capaz de valorar sus logros, cuando genera autocrítica negativa de lo que se considera siempre insuficiente a nivel de resultados, cuando establece metas desmesuradas y se siente fracasado al no conseguirlas, sin ser capaz de valorar su esfuerzo, mostrando inseguridad, sobre-preocupación y angustia.
Las buenas relaciones familiares son fuente de felicidad, el tener un buen vínculo familiar permite un correcto desarrollo del adolescente, tanto en su bienestar adaptativo (sintiéndose apoyado y amado) como en la formación de su personalidad, dándole espacio para madurar en forma autónoma y responsable.
No obstante si la relación familiar es muy absorbente, normalmente por sobreprotección de los padres (alargando el periodo de niño pequeño desprotegido e inmaduro, son jóvenes que sus padres todavía llaman "el niño") y/o por una personalidad dependiente del adolescente (manteniendo la falta de autonomía y de seguridad de los más pequeños), o por una angustia desmesurada a perder los seres queridos, se puede crear una vinculación excesiva desadaptativa. En consecuencia, el adolescente se puede mostrar fuera del ámbito familiar inseguro, mostrando conductas de timidez excesivas sin usar las suficientes estrategias en la resolución de los problemas, lo que evita la separación de la familia, lo que provoca inestabilidad en el ámbito social y malestar personal.
Las relaciones sociales pueden ser fuente de satisfacción, pero también en la adolescencia generan elevada preocupación, porque los adolescentes tienen el deseo de pertenecer a un grupo y gustar. A veces, condicionantes como una vinculación familiar excesiva, temperamentos ansiosos, temperamentos desconfiados y suspicaces, personalidades carentes de empatía y de sensibilidad o el presentar angustias excesivas generalizadas o focalizadas en el ámbito social, producen resistencia a las relaciones sociales, adoptando el adolescente un papel pasivo y evitativo frente a sus iguales.
Los adolescentes pueden experimentar malestares físicos benignos y transitorios como dolor de cabeza, de estómago o cansancio excesivo.
La señal de alarma aparece cuando estos síntomas se dan de forma recurrente y afectan al propio bienestar del adolescente.
Normalmente, estas quejas somáticas desadaptives aparecen como expresión de malestares psicológicos, es decir, estos trastornos físicos afectan al cuerpo, pero pueden y suelen tener una causa psicológica.
Las quejas somáticas más frecuentes sospechosas de trastornos emocionales y afectivos en adolescentes, pueden ser:
Las obsesiones pueden encontrarse dentro de la normalidad, sobre todo en personalidades más controladoras, metódicas y perfeccionistas o maniáticas. Asimismo cada edad comporta preocupaciones distintas, que en el caso de la adolescencia podrían centrarse en el ámbito social y de la autoimagen.
Hay que distinguir la normalidad de las obsesiones patológicas, definidas como pensamientos involuntarios, intrusivos y recurrentes, inapropiados o carentes de sentido.
Las compulsiones pueden asociarse a rituales característicos y benignos de la persona, y a las rutinas adaptativas. En cambio, se deberán distinguir del signo de alarma que suponen las compulsiones entendidas como actos irreprimibles de carácter repetitivo, en los que el adolescente experimenta una obligatoriedad de ejecución, y en la que en apariencia existe una finalidad, aunque en realidad la conducta no tiene un fin en sí misma, sino que pretende evitar otros acontecimientos y reducir la ansiedad de la persona en el momento de hacer la conducta. La actividad compulsiva se hace de acuerdo a unas reglas establecidas respecto al momento, orden, duración y número de veces de hacerla. De no hacerse de esta forma se produce una necesidad de repetición.
Las obsesiones y compulsiones patológicas se acompañan de ansiedad y tienen para el adolescente la finalidad mitigarla, generando un malestar significativo en la dinámica adaptativa.
Estas obsesiones (pensamientos) y compulsiones (actos) que interrumpen significativamente las actividades cotidianas del adolescente y le alteran su propio bienestar, pueden constituir un Trastorno Obsesivo Compulsivo (TOC), trastorno ya de relevancia no específicamente emocional y que requiere de intervención especializada.