Las buenas relaciones familiares son fuente de felicidad, el tener un buen vínculo familiar permite un correcto desarrollo del adolescente, tanto en su bienestar adaptativo (sintiéndose apoyado y amado) como en la formación de su personalidad, dándole espacio para madurar en forma autónoma y responsable.
No obstante si la relación familiar es muy absorbente, normalmente por sobreprotección de los padres (alargando el periodo de niño pequeño desprotegido e inmaduro, son jóvenes que sus padres todavía llaman "el niño") y/o por una personalidad dependiente del adolescente (manteniendo la falta de autonomía y de seguridad de los más pequeños), o por una angustia desmesurada a perder los seres queridos, se puede crear una vinculación excesiva desadaptativa. En consecuencia, el adolescente se puede mostrar fuera del ámbito familiar inseguro, mostrando conductas de timidez excesivas sin usar las suficientes estrategias en la resolución de los problemas, lo que evita la separación de la familia, lo que provoca inestabilidad en el ámbito social y malestar personal.
Las relaciones sociales pueden ser fuente de satisfacción, pero también en la adolescencia generan elevada preocupación, porque los adolescentes tienen el deseo de pertenecer a un grupo y gustar. A veces, condicionantes como una vinculación familiar excesiva, temperamentos ansiosos, temperamentos desconfiados y suspicaces, personalidades carentes de empatía y de sensibilidad o el presentar angustias excesivas generalizadas o focalizadas en el ámbito social, producen resistencia a las relaciones sociales, adoptando el adolescente un papel pasivo y evitativo frente a sus iguales.