Es el período de desarrollo que empieza con el inicio escolar y finaliza con la adolescencia.
A esta edad el niño tiene que salir de su casa y entrar en un mundo desconocido, donde las personas que formaban su familia y su mundo hasta ese momento se quedan fuera. Su éxito o fracaso en este período dependerá en parte de las habilidades que haya desarrollado en sus años de vida anteriores. Este hecho marca el inicio de contacto del niño con la sociedad a la que pertenece, la cual le exige de nuevas habilidades.
Por otro lado, la relación con sus padres cambia iniciándose un proceso gradual de independencia y autonomía, donde aparece el grupo de amigos como un referente importante que se constituye como uno de los ejes centrales de su desarrollo.
Las alteraciones alimentarias y del sueño, descartando causas pediátricas, pueden presentarse como consecuencia de factores psicológicos, como estados emocionales alterados (estados de ansiedad) o por acontecimientos estresantes en la vida del niño y pueden constituir en su grado más agudo , trastornos de la conducta alimentaria o del sueño.
En el apetito detectaremos como irregularidad, desgana, exceso de apetito, pérdida de peso significativa, atracones o vómitos autoinducidos e incluso ideaciones corporales distorsionadas, y en el sueño podemos encontrar como alteraciones: insomnio, despertares nocturnos, hipersomnia, terrores nocturnos, pesadillas y sonambulismo.
Configurarán señales de alarma si se da un cambio o perturbación notable en el patrón habitual del hambre y del sueño, si su duración o frecuencia se vuelve inusual o si los síntomas son de elevada intensidad y frecuencia, causando malestar significativo.
Una evaluación diagnóstica tiene que valorar las causas, los síntomas presentes, así como los síntomas o trastornos asociados.
El aprendizaje del control esfinterial es evolutivo y ambiental. Si bien hay edades en las que es normal la incontinencia, no lo es fuera de la edad evolutiva de contención, si se da en duración y frecuencia excesivas, si después de la continencia hay incontinencia o si se puede asociar a causas psicológicas desencadenantes .
Hay que tener en cuenta la variabilidad en el aprendizaje según el entorno cultural, el niño y según su nivel madurativo y el trabajo que psico-educativamente ha hecho el entorno.
Encontramos como trastornos la enuresis y la encopresis.
La enuresis es la ausencia de un adecuado control esfinterial urinario (hacerse pipi en la cama ) Para diagnosticarla, debe suceder al menos dos veces por semana, durante al menos 3 meses, y sobrepasar la edad en la que es esperable la continencia (5 años) y no debe existir causa médica desencadenante. Podemos encontrar enuresis nocturna (durante la noche), enuresis o incontinencia diurna (en las horas de vigília), o combinada. Puede ser primaria o secundaria, según si el niño ya la había presentado antes (secundaria) o no (primaria) la continencia.
La encopresis es la ausencia de una adecuada contención del esfínter anal. Para diagnosticarla es necesario que esté presente una vez al mes durante al menos 3 meses, superar la edad de continencia esperable (4 años) y no ser explicable por causa pediátrica.
Las placas de pelada o "alopecia areata" son pérdidas capilares por caída del cabello de causa desconocida, pero muy vinculada en estas edades hay un componente de estrés y ansiedad, aunque a veces puede haber un sustrato autoinmune.
Los folículos capilares no quedan destruidos con este trastorno, por lo que el cabello puede volver a crecer, si bien es cierto que son muy frecuentes las recaídas en niños que ya lo han sufrido alguna vez, especialmente si persisten los factores desencadenantes .
El grado y patrón de las placas, habitualmente redondas, puede variar según la evolución que el niño presente.
Hay que añadir además, que los niños con mucho estrés o ansiedad, pueden arrancarse ellos el pelo para reducir estos síntomas, produciendo asimismo las placas.
La presencia de las placas siempre es fuente de angustia para la familia y el niño
Las somatizaciones son dolores y otros malestares físicos que tienen un origen psicológico, pueden ser leves o bien configurar trastornos psicosomáticos cuando sugieren enfermedades médicas y están fundamentados en condiciones psiquiátricas.
Los niños pueden tener somatizaciones puntuales benignas, porque sus vías de expresión emocional están todavía en desarrollo y somatizan las emociones. Si las somatizaciones son recurrentes, pueden tener un valor clínico significativo.
Encontramos dolor abdominal, vómitos, cefaleas, sensación de pinchazos en el tórax o el abdomen, y descartada la causa médica, y atendiendo a una frecuencia o intensidad elevadas, la posible correlación con circunstancias ambientales estresantes o estilos de afrontamiento negativos y ansiosos, habrá que hacer un diagnóstico y tratamiento especializados.
Ante las somatizaciones no hay hacer un rodaje de especialistas, practicando excesivas pruebas médicas que puedan prolongar los síntomas (una vez descartado el origen médico), no prestar excesiva atención (que podría implicar una mayor presentación de los síntomas para captar la atención del ambiente), y hay que mantener la calma para no angustiar más al niño frente a los síntomas, distraerlo y hacer que no piense así como ayudar al niño a expresar las causas y el malestar de forma más adaptativa.
Se llama trastorno conversivo a aquel proceso que responde a la hipótesis de que el niño convierte un conflicto psicológico inconsciente en un trastorno físico, disminuyendo la ansiedad y manteniendo este conflicto fuera de su conciencia.
En los trastornos conversivos se observan síntomas o déficits que afectan a las funciones motoras o sensoriales (sistemas neuromuscular y sensorial) y que podrían sugerir un trastorno neurológico o una enfermedad médica, pero que no proceden realmente de ninguna enfermedad conocida ni son explicables por la misma.
Se considera que los factores psicológicos están asociados a los síntomas presentados ya que se observa que el inicio o el empeoramiento del trastorno está correlacionado temporalmente con conflictos psicológicos o acontecimientos estresantes.
Los síntomas que presenta el niño no están producidos intencionalmente ni simulados y hay que diferenciarlo de un diagnóstico de trastorno facticio o simulación. Los síntomas motores más observables son alteraciones de la coordinación y del equilibrio, parálisis o debilidad muscular localizada, afonía, dificultad para deglutir, sensación de un "nudo" en la garganta y retención urinaria.
Los síntomas sensoriales pueden ser falta de sensibilidad táctil y dolorosa, ceguera, sordera e incluso alucinaciones o pseudocrisis comiciales.
Se diagnosticará un trastorno conversivo sólo si se ha descartado en un examen médico exhaustivo una causa neurológica y si el niño sufre un malestar significativo.