Es la etapa evolutiva que comprende desde el nacimiento hasta la etapa preescolar.
Es uno de los momentos de desarrollo con mayor capacidad de cambio ya que el cerebro todavía se está formando. En estos años un ser indefenso y sin capacidad para sobrevivir se convierte en un niño que piensa y se emociona, que habla y corre, que se relaciona y empieza a utilizar sus experiencias.
Cualquier problema tiene ahora una solución más fácil, es el mejor momento para poder prevenir, detectar, diagnosticar y tratar cualquier trastorno neurobiológico y/o psicoeducativo.
Un patrón anómalo de alimentación, la preocupación por el peso o las enfermedades que producen pérdida de peso ponen en alerta a los padres, que buscan muchas veces angustiados soluciones para hacer comer al niño. Muchas veces los padres no disponen de nociones adecuadas de alimentación o las establecen demasiado rígidas, insisten excesivamente en los modales o en la disciplina, o presentan angustia.
Todo ello les conduce a persuadirlo, distraerlo, sobornar-lo, inventar juegos muy singulares, atemorizarlo, castigarle, darle comidas entre horas o dejarlo escoger el menú. Estas acciones generalmente mantienen el problema. Los métodos negativos generan aversión a las horas de comida, y los otros métodos hacen entender al niño que puede manipular el entorno y disponer de su atención cuando no come bien. Hay que flexibilizar las metas alimentarias, no mostrar ansiedad, tener horarios en la alimentación, no dar comidas entre horas, mostrar naturalidad en las comidas, elogiar la buena conducta, hacer atractiva la comida, respetar la tolerancia a los alimentos, las pequeñas aversiones, y el proceso de reafirmación del niño en la comida propio de cada etapa.
Las pautas educativas son imprescindibles en este proceso, en el que fácilmente los niños pueden acabar aprendiendo que las horas de comida son el ambiente ideal para llamar la atención.
El recién nacido puede presentar irritabilidad, rechazando la succión cuando se le da el pecho, llorando o mordiendo. Es normal la presencia de un período de adaptación, pero puede generalizarse, produciendo rechazo a mamar. Hay que diferenciarlo de la irritabilidad de los cólicos, la irritabilidad por problemas en la succión y los llantos de demanda.
También encontramos lactantes que no muestran interés por los alimentos y no los reclaman. Puede indicar mayoritariamente la presencia de un niño plácido, aunque también puede ser un síntoma de retraso.
La somnolencia puede provocar un rechazo al alimento y es normal en los dos primeros meses de vida, más tarde y también normal, puede aparecer en lactantes que se alimentan con inmediatez. Puede ser anómala si aparece la somnolencia de forma brusca, o si es consecuencia a una inmadurez o posible retraso. Asimismo el rechazo a la comida puede ser anómalo si aparece de repente o es selectivo.
Nos podemos encontrar un rechazo normal a las necesidades calculadas, pero si se fuerza la alimentación puede empeorar, y es mucho mejor respetar un pequeño periodo adaptativo.
No confundamos rechazo a la comida con la pérdida de tiempo o la aversión a presentaciones y alimentos específicos.
Dentro de la primera infancia el rechazo se aprende antes que el placer, acompaña al desarrollo del yo del niño, el deseo de independencia y de practicar nuevas habilidades, y se mantiene para captar la atención del entorno. El hecho de que el niño no coma asusta a los padres en base a su crecimiento, y hace que éstos adopten una dinámica angustiosa hacia la comida o con exceso de atención con el niño, lo que desencadena y mantiene el rechazo a la comida, en un niño que encuentra el contexto idóneo para captar la atención. Sin embargo si se tienen pautas rígidas sobre la comida, y por lo tanto ansiedad por cumplirlas, todo ello influirá y muy negativamente en el deseo de comer del niño. El tratamiento incluye en estos casos esencialmente pautas educativas para los padres.
Tanto en el recién nacido como en el lactante los vómitos pueden ser normales. Si son abundantes y repetidos y se acompañan de una pérdida de peso o de una alteración del estado general pueden ser señal de enfermedad (estenosis de píloro, oclusión intestinal, hernia de hiato, enfermedad general por una infección, gastroenteritis, etc.)
En el primer año de vida los vómitos frecuentes se producen por errores alimenticios. Suelen ser debidos a una sobrealimentación producida por la inquietud de los padres en satisfacer el apetito del lactante: tomas demasiado abundantes o demasiado frecuentes o por introducción demasiado precoz de algunos alimentos. También puede ocurrir, aunque es poco frecuente, que los vómitos sean consecuencia de una subalimentación por un aporte insuficiente, ya sea en cantidad (biberones insuficientes en número o en volumen) o en calidad (leches artificiales demasiado diluidas).
La presencia de vómitos en la primera infancia, descartada una enfermedad pediátrica, puede ser frecuente en niños temperamentalmente ansiosos y con tendencia a somatizar. Estos niños que en general y a partir de los dos años pueden llegar a presentar vómitos “ psicológicos” repetidos durante días consecutivos, necesitan habitualmente de atención psicofamiliar.
El mericismo es una afectación en la que el niño devuelve los alimentos del estómago hasta la boca, vomitando o regurgitando, y los vuelve a masticar, de forma repetitiva, existiendo el riesgo de pérdida de peso y desnutrición. Generalmente se inicia a partir de los 3 meses de edad, después de un período de digestión normal. El niño presenta estos episodios durante al menos un mes, y lejos de ocasionarle rechazo, parece producirle placer. Son niños habitualmente activos y con un elevado estado de alerta. Descartando causas físicas, se suele asociar a falta de estimulación, al estrés, a dificultades de relación, o ser parte de un cuadro de retraso mental.
La pica consiste en la ingestión de sustancias no comestibles, sin rechazo a los alimentos. No debemos confundirlo con la exploración que hace el niño, ni con el inicio de la dentición. Descartadas las causas médicas, puede producirse por factores emocionales, o formar parte de un cuadro más amplio de trastorno del desarrollo o retraso mental.
El estreñimiento es una alteración en el ritmo habitual de la defecación, con aumento de la consistencia. El patrón de defecación varía según el niño y la alimentación. En bebés es anómalo menos de una vez al día y consistente, en más grandes, hasta 3 días sin evacuar y compacto y por lo general tiene más importancia si hay evacuaciones dolorosas, dolor abdominal, sangre, cansancio o vómitos. Descartadas causas pediátricas, puede ser debido a desórdenes en los horarios de la comida, mal aprendizaje de hábitos, retirada del pañal inadecuada y en mayorcitos también por vergüenza, falta de seguridad o desgana en abandonar actividades.
La diarrea es un aumento del número de evacuaciones, de forma líquida. Debe distinguirse en las seis primeras semanas de vida donde se produce una transición gradual a las deposiciones normales, éstas en la lactancia son blandas y frecuentes, y en lactancia natural, poco consistentes y frecuentes después de las comidas. Descartadas causas pediátricas, puede ser debido a hábitos alimenticios inadecuados o por ansiedad materna, transmitiendo así la ansiedad al niño, lo que puede ser causa de un posible problema al provocar que el falso trastorno físico se mantenga. El tratamiento aborda pautas conductuales y educativas que potencien unos buenos hábitos alimentarios y del control esfinterial, sin olvidar conseguir una actitud educativa adecuada en todo el entorno familiar.